Siento deciros que no merecéis mis palabras de los geniales
que habéis sido todo este tiempo conmigo, pero es que no puedo dejar de pensar
en vosotros, en vuestra voz, en las locuras, en los enfados sin venir a cuento,
en los ratos juntos, en las charlas después de comer y cenar, en las aventuras
diarias vividas a vuestro lado, no puedo dejar de veros en mi mente. Y es que
os tengo que dar las gracias por todo lo que me habéis hecho sentir en todo el
tiempo que hemos vivido juntos; la vida son momentos y ahora toca dejar de
correr porque no tenemos nada mejor que hacer que saborear cada instante y
memorizar cada detalle.
Desde el primer
segundo sentí que algo estaba a punto de ocurrir, sabía que os ibais a convertir en una de las fotos de la portada
de mi vida, que iban a pasar millones de locuras, una tras otra, que nunca me
iba a arrepentir de haber tomado esa decisión de empezar a volar en otro lugar
diferente sin saber ni siquiera cual iba a ser mi pista de aterrizaje, que ibais
a ser mi excusa perfecta para desaparecer tan solo un tiempo y que os ibais a
convertir en mi universo perfecto. Volvería una y mil veces a coger ese tren
con el billete solo de ida porque os habéis convertido en una página marcada en
mi vida, en un oasis en el desierto, en la energía que necesitaba y es que sin
vosotros saberlo me habéis reconstruido y me habéis sacado de un pozo en el que
solo veía fondo.
Puedo decir que a vuestro lado he avanzado sin miedo a nada
porque sabía que siempre ibais a estar a mi lado pasara lo que pasara, que a
veces hay que salir a la calle con armadura, pero también hay que saber cuándo
y con quién hay que quitársela y que sois la esencia que cualquier fragancia
necesita, así que que se enteren todos que esa estúpida regla de tres solo
equivale a una cosa, a nosotros.
Recuerdo esos gritos para ir a comer, esas comidas que se
nos hacían cortas cuando nos poníamos a hablar de nuestras vidas mientras que
algún trocito de nuestro sustento podría salir a volar, esas dietas que se nos
hacían imposibles a más de uno, los billares después de comer, las tardes de
estudio y apuestas que se nos hacían infinitas, las locuras constantes, el
contrabando que nos traíamos con los peluches, esas pinturas que abarcaban
todos los ámbitos, desde pinturas rupestres hasta suelos con un cierto toque
vintage, esos “chiquis”, “pirris” y “mi alma” que tanto voy a echar de menos,
las elecciones de ropa antes de cada fiesta, las putadas, los cursos intensivos
de risoterapia… me cansaría si tuviera que escribir cada cosa que recuerdo,
pero es que eso es lo bonito de todo esto que hemos construido, una amistad que
sé que perdurará año tras año hasta el final de nuestras vidas.
Os voy a contar algo; todo el mundo me dice que me creo siempre
una fachada y que nunca digo lo que puedo llegar a sentir por dentro y es algo
que comprobé en una de las despedidas. Fue la despedida de alguien que se ha
convertido en este año muy importante para mí por sus risas, por su compañía y
sobre todo por su personalidad, nunca había visto nada igual. En su despedida
solo quedábamos cuatro y sinceramente me costó lo inimaginable no emocionarme,
pero no lo conseguí. Ver llorar a gente que había compartido conmigo un montón
de tiempo fue algo que no conseguí entender y por fuera estuve a punto de
romper igual que ellas, lo que nadie sabía es que por dentro estaba
completamente desgarrado, desgarrado porque sabía que no volvería a ver a esa
persona en mucho tiempo y porque sabía que esa persona tenía algo especial. Joder,
Cristina que capulla eres.
No sé qué deciros que ya no sepáis, pero deciros que siempre
encontrareis en mí a una persona refugio en todo momento y que os ayudará en
todo lo que necesitéis, que espero que este tiempo que pase sin que nos veamos
no sea un obstáculo para que todo esto siga creciendo días tras día y que,
aunque esto no sea ningún texto emotivo ni nada por el estilo, vosotros os habéis
convertido en el error más perfecto que he podido cometer.
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